Nací bajo una ola de tres metros
Poca gente puede decirlo, pero después del traumático desenlace de la tarde de ayer creo que me merezco llevarlo por galones.
Llegamos inusualmente tarde a la costa, después de haber comido cada uno en su casa, y de haber hecho un stop en Parque Principado para comprar parafina, que al final acabó conmigo comprando un corcho nuevo. Unos cuantos euros a devolver "cuando tenga pasta".
Con el equipo a estrenar lo que nos preocupaba era la falta de olas, que, de la mano de la masiva afluencia a las playas, podía dejarnos con la cara de bobos en la orilla.
Nada más lejos de la realidad: olas grandes, con fuerza; una bandera amarilla que tenía ganas de volverse roja; y la plebe metiendo los pies porque había una marejada de escándalo.
Así pues, nos pusimos manos a la obra y pillando un descansito entre series llegamos bastante rápido al pico. La primera ola fue de esas que yo llamo "mulatas": tienen el labio grande y gordo. Hice una pedazo pared con un cuasi invertido al final que me hizo empezar a flipar.
Como estoy un poco fuera de forma, después de todo el año tocándome los pies, me deje llevar un poco por la corriente hacia una zona donde rompía una izquierda muy mona: era pequeñita, con fuerza y mucha pared que recorrer. Había sido el principio de un apuro muy grande. Por mucho que yo remaba para irme de esa zona, cada olón que me rompía encima me echaba más y más contra las rocas, hasta el punto de que tuve que pegar una voz, porque cualquier pato que yo hiciera me dejaba más cerca de las rocas y más cansado, que era el gran peligro. Ipso facto me rompieron dos series gigantes encima, seis o siete olas, que me hicieron tomar la decisión más sabia: me quité el invento, solté en corcho nuevo a merced de la marea, y buceé hacia mar abierto, para salirme de esa zona de corrientes. Por allí se pasó un surfista para echarme una mano, pero una vez en mar abierto me metí en la playa por zona segura, aunque llena de piedras.
Mi fortuna no podía ser buena, porque cuando me abalancé sobre el corcho para sacarlo de las rocas vino un golpe de mar que me tiró contra ellas y me hizo perder las aletas. Cojonudo.
El camino hacia el coche era una mezcla entre satisfacción, mala ostia, miedo, respeto, dolor, alivio...me dió por mirar al mar, y ya nadie había dentro. Ya nadie se atrevía con él.
Hoy, cinco de julio de dosmilsiete, nazco por segunda vez.
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